De Noel

Noticia publicada el 21-02-2019

Quiero compartir mi experiencia para hacerles saber que el ser humano es capaz de hacerse añicos en un segundo, resurgir con alegría semanas más tardes, volver a romperse en mil pedazos semanas después, y aun así, volver a ponerse en pie y sonreír de nuevo a la vida después del dolor que causa la muerte de dos hijos.

Tengo 47 años, el papá de mis pequeños es mi tercer y definitivo compañero de viaje, así lo siento. Tengo dos hijos de mi único matrimonio, una hija de 21 años y un hijo de 19. A su vez, mi compañero, tiene una hija de 14 años y un niño de dos años y medio de su anterior pareja. Como veréis, no estaba dentro de nuestros planes tener más hijos. Yo iniciaba con muchísima ilusión una nueva trayectoria profesional como Integradora Social. Llevaba unos meses sintiéndome mal pero mis síntomas coincidían con los de la pre-menopausia, algo muy lógico y posible por mi edad. Aun así, mi médica decide mandarme a hacer una analítica para descartar un posible y remoto embarazo... que da positivo. Se nos cae el universo encima. ¿Embarazada? Eso no podía ser... Al día siguiente me presento en la seguridad social con intenciones de averiguar qué debía hacer para abortar. Esa fue nuestra primera reacción y no lo ocultamos, así lo sentimos en ese momento. Pero, claro, debía saber de cuántas semanas estaba. Pedí cita en la primer clínica que encontré y esa misma tarde nuestra vida cambió por completo... conocimos a Noel. Estaba embarazada de mellizos, Noel tenía 19 semanas, estaba sano, enorme, pataleando… su hermanit@ nos dejó en la semana 14, estuvo viviendo conmigo en mi vientre en silencio, y en silencio se fue.

El mundo se nos vino abajo, pero teníamos claro que Noel viviría. Después de verlo con tanta vida y tan grande descartamos el aborto por completo, si lo hacíamos, el dolor nos acompañaría el resto de nuestros días. Lloré tres días seguidos, no podía asimilar lo que nos estaba ocurriendo. Pero al cuarto día dejé de llorar, pedí ayuda espiritual porque soy creyente y, a pesar de todo, mi Fe sigue intacta. Decido empezar el camino de la aceptación. En poco tiempo, aceptamos la venida de Noel, nosotros y sus tres hermanos mayores. Enseguida nos embargó la alegría de la llegada que supone un bebé a la familia, mi tripita creció muy rápido. Nos pusimos a preparar, con ilusión, la llegada de nuestro hijo Noel: comprando su primera ropita, su cuna, su cochecito y por supuesto, arreglando su pequeña habitación en nuestra casa. Estábamos felices y deseosos de ver su carita. ¿A quién se parecería?

Pero… la vida nos volvía a dar un vuelco. Un día comienzo a manchar. Me ingresan, Noel estaba teniendo prisa por salir… pero tenía tan sólo 25 semanas. Durante dos semanas, el maravilloso equipo médico que me atendió hizo todo lo posible para parar el parto y cuando parecía que se había logrado “¡boom!” comienzo de nuevo a manchar...  Al ver que era inevitable, hablé con mi hijo y le dije: “si quieres salir ya, aquí estoy, esperándote… decide tú”. El martes 12 de junio Noel decidió nacer, no dio tiempo ni a que su papá llegara al parto, en media hora ya estaba aquí. Nunca olvidaré la cara de felicidad de su papá cuando subió a verlo a “prematuros”… estaba sano, pataleando, llorando y con muchas ganas de vivir…. estábamos encantados con nuestro pequeño, ya todo los malos momentos quedaban en el olvido. Ahora sólo deseábamos que nuestro hijo saliera adelante. Ese día fuimos muy felices. Al día siguiente lo pude coger entre mis brazos, sentir su olor, su calor, movía sus manitas y pies y sobre todo ¡cómo nos miraba! Nunca olvidaré esa primera mirada cuando lo llamé por su nombre. Me impactó… no creí que esa personita tan chiquita respondiera a mi llamada “Noel, mi vida, estoy aquí”- le dije.

Nos quedaba por delante un duro camino, pero que poco a poco y en las condiciones en las que se encontraba Noel, tan sano, sin necesidad de respiración artificial, con su corazón mejor de lo que debería con su edad, tolerando la leche materna estupendamente... todo presagiaba que Noel saldría adelante. Nos preparamos para iniciar este camino juntos, ayudándolo, estando ahí cada día, haciéndole saber que no estaba solo, hasta que un día pudiéramos traerlo a casa, su casa, con sus hermanos y nuestro peludo de cuatro patas, Layser. Fueron transcurriendo los días, hasta que en el día 17 de vida empieza a tener problemas en un pulmón. Aun así, no pensamos en negativo, al contrario, animábamos más a nuestro pequeño a que luchara, que no se rindiera, que no estaba solo. Al día siguiente, la pediatra nos advierte que Noel había empeorado, se había hinchado y necesitaba ayuda para eliminar la orina. Lo sondan y se empieza a controlar el líquido. Ese día supe que mi niño estaba muy mal, pero aun así seguimos animándolo y luchando junto a él. Jamás pensamos en que Noel se iría. Jamás.

El día 19 de vida, a las 5 de la mañana recibimos una llamada de su pediatra, nos requería en el hospital. Yo estaba sacándome una toma de leche, no lo olvidaré... miré a su padre y sólo pude decirle, una y otra vez “no puede ser, Dios, no puede ser…”

De camino al hospital no cruzamos palabra, nos agarramos la mano y aguantamos las lágrimas. Pensé que estaba muy grave, pero cuando nos dicen que había fallecido unos minutos atrás, nos rompimos. El alma se me desgarró, no soportaba el dolor. Su padre se derrumbó y, por primera vez, rompió a llorar desconsoladamente. Nos dejaron cogerlo, aún estaba tibio. Lo abrazamos, lo besamos y nos empapamos de su olor. Puse su canción, nos abrazamos los tres y lloramos, lloramos mientras tomábamos conciencia de que nuestro bebé se nos había ido. Regresamos a casa, yo debía sacarme la leche, aun cuando mi niño nunca la tomaría. Es de las cosas más dolorosas que me tocó pasar.

Nuestro bebé sería incinerado, esparciríamos sus cenizas en un lugar mágico, el lugar que vio crecer el maravilloso e incondicional amor que nos tenemos hoy. Llegamos al tanatorio y aún quedaba más dolor.

Mi niño no tenía derecho a estar en una sala “porque aquí no se tiene costumbre de velar a un bebé” (esa fue la respuesta que nos dieron) en cambio, nos ofrecieron dejarnos un rato con él en la cámara frigorífica donde estaba. Peleamos tanto que Noel tuvo su sala y no me arrepiento. Para algunos parecerá descabellado, pero fue lo mejor que pudimos hacer en ese momento. Lloré tanto, sin quitarle la vista de encima, lo acaricié tanto y sobre todo, al morir hinchadito, pude ver su carita más llenita, parecía que tuviese un par de meses más, y en ese momento di gracias a Dios por permitirnos ver como hubiera sido nuestro hijo con nueve meses. Pudimos despedirnos bien, tranquilamente, tanto nosotros como sus hermanos, decirle lo mucho que lo queremos, aunque nos faltó tiempo para contarle tantas cosas… nuestra alma se quedó rota y llena de dolor pero sin la pena de no habernos podido despedir.

Los tres meses siguientes a su fallecimiento han sido muy, muy duros. Literalmente tiré la toalla a la vida. Con Noel se me fue la alegría, las ilusiones, las ganas de vivir. Pasaba los días de la cama al sofá. Me ponía su música y lloraba, lloraba muchísimo… preguntándome una y otra vez… ¿Por qué?... ¿Por qué se tuvo que ir?... y sobre todo… ¿por qué después de haber pasado tres meses, donde la vida nos revolcó como jamás había hecho?  Es duro encajar en tres meses la venida de dos hijos, el fallecimiento de uno de ellos en tu vientre, el nacimiento del otro y su muerte a los 19 días de vida. Los llevé en mi panza, panza que creció, que no tuve tiempo de disfrutar, ni de retratar siquiera, y luego dar a luz dos bebés, y mirar a mi alrededor y no ver a ninguno. Me miraba al espejo y acariciaba mi panza como buscando esas pataditas que me daba mi ángel Noel. Tu familia y amigos, con toda su buena voluntad, te dicen que eres fuerte, que siempre lo has sido, esto es duro pero debes seguir adelante… y yo me decía: “Dios mío, hace un mes que di a luz y hace once días que murió mi hijo ¡Es que el mundo no se ha enterado! ¿Cómo puedo ser fuerte y seguir adelante?” No se puede, yo no pude. Y aún hoy, sigo flaqueando muchos días.

En todo mi proceso de duelo ha sido de vital importancia el papá de Noel. Desde el principio hemos hablado de nuestro dolor, de lo que sentía cada uno. Aunque hemos tenido diferentes formas de expresarlo, yo llorando y él llevándolo de forma tranquila y sin lágrimas, el dolor de perder a nuestro hijo es el mismo. Gracias a su apoyo, cariño, silencio y su gran paciencia, he podido, muy a poquito a poco, ir levantándome. Mi gran compañero me hizo ver que nuestro hijo está aquí con nosotros, aunque no lo veamos, Noel forma parte de nuestras vidas, de nuestra familia, él y su hermanito nos acompañarán por siempre.

Pienso que la vida es sabia, que Dios sabe lo que hace, y que si Noel se fue de este mundo, es porque así debía ser. Y aunque como ser humano, duele y cuesta aceptarlo, en el fondo de mi ser, sé que así es. Las cosas suceden en el momento adecuado, y todo es por algo. Algo nos trae, enseña y nos hace ver, nos guste o no, queramos o no, nosotros no podemos controlar la vida. La vida hay que dejarla fluir… y ella y Dios se encargarán de llevarnos a nuestro destino. Nosotros tan solo debemos aceptar lo que nos sucede, y cuanto antes lo hagamos, antes seguiremos adelante. Yo he tenido que hacerlo, con el alma rota, con el alma dolorida, y sin ganas. Gracias a una profesional que nos tendió la mano desde que estábamos en el hospital, para apoyarnos y ayudarnos a sobrellevar la lucha que supone tener un hijo gran prematuro. Siempre ha estado ahí, y cuando vi que por mí misma no había forma de levantarme y retomar de nuevo mi vida, acudí a ella. Y me enseñó que lo que yo sentía era normal, que debía estar triste, que debía estar sin ilusiones, que era normal que llorara, que era normal que no tuviera ganas de nada y sobre todo, que no buscara las ganas, porque no las iba a encontrar porque estoy pasando el duelo de la muerte de mis hijos. Lo que debía hacer era aprender a hacer las cosas sin ganas. Me invitó a que fuera haciendo las cosas de mi rutina diaria sin ganas, pero que las hiciera. Y eso, poco a poco, me iría haciendo recuperar las ganas de hacer cosas. Y le hice caso. Empecé a salir de casa con el perro sin ganas, empecé a ir al supermercado sin ganas, empecé a preparar la comida sin ganas, empecé a irme a tomar un café con mi pareja sin ganas... Y es cierto, después de un tiempo viviendo cada día sin ganas, fui recobrando mi esencia, mi fuerza, mi alegría... empecé a sonreír a la vida de nuevo. Eso no significa que no llore, que no sienta dolor. Sigo llorando a Noel, sigo teniendo mi alma rota, pero empiezo a remendarla. Noel vive en mí, vive en su papá, vive en sus hermanos …

Lo que nos ayuda cada día, a su papá y a mí, es ver lo que nos trajo Noel, lo que nos dejó, lo que ha hecho en cada uno de nosotros y lo que hizo por toda la familia, unirla para siempre: su papá y yo no vivíamos juntos; desde que nació no hemos vuelto a separarnos; yo no conocía a los hijos de su papá, hoy convivimos juntos en la misma casa y la relación es buenísima; no conocíamos a nuestras familias políticas, hoy nos sentamos juntos a comer; yo tenía problemas con mi familia, apenas nos veíamos, hoy nos hemos perdonado. Noel nos ha hecho ver, que lo que antes veíamos como un problema, nos iba a cambiar la vida, ya no podríamos llevar a cabo nuestros planes, era simplemente nuestro ego que nos machacaba la cabeza.

Hoy, tanto su padre como yo, daríamos la vida porque Noel estuviera entre nosotros, pero hemos aprendido que la vida te puede cambiar en un segundo, que no podemos controlar nada, que la llegada de un bebé, sea como fuere, es lo más bonito que te puede regalar la vida y que el amor puro, sincero, incondicional lo puede todo. Es la mejor medicina. Gracias a Dios, yo tengo un ángel en mi casa, mi pareja, mi amigo fiel, mi amante y mi vida. Gracias a él, yo he podido escribir este relato que espero y deseo ayude a esas mamás y papás que tengan que pasar por este dolor. Quédense con lo bueno que les ofreció vuestro hijo o hija y recuérdenlo con una sonrisa, porque los bebés son ángeles que nos regala el cielo. Hoy sonrío al recordar a mis hijos, y sobre todo a Noel, y soy capaz de poner su música y escucharla sin lágrimas y doy gracias a Dios y a la vida, por haberme puesto a él y a su papá en mi vida.•



Zeila
Mamá de Noel

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